La esperanza de vida es un indicador fundamental para medir el bienestar y la calidad de vida de una sociedad. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), este dato representa el número promedio de años que un recién nacido puede esperar vivir si las condiciones de mortalidad de su país se mantienen constantes. Este indicador no solo refleja la longevidad de una población, sino que también está estrechamente relacionado con factores como el acceso a la atención médica, la educación, la seguridad, la alimentación y el desarrollo económico.
De acuerdo con un estudio reciente de World Population Review (WPR), Chile es el país de Sudamérica con la mayor esperanza de vida, alcanzando un promedio de 81,6 años. Este dato lo sitúa por encima de otros países de la región, como Uruguay (78,32 años) y Ecuador (78,27 años), que ocupan el segundo y tercer lugar, respectivamente.
En contraste, los países sudamericanos con menor esperanza de vida son Bolivia (68,99 años), Venezuela (73,03 años) y Paraguay (74,22 años). Estas cifras evidencian diferencias significativas en las condiciones de vida y en el acceso a servicios esenciales, como la salud y la educación, dentro de la región.
A nivel global, ningún país de América Latina se encuentra entre los diez primeros en esperanza de vida. Los líderes mundiales en este indicador son:
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Mónaco (87,14 años)
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Hong Kong (85,96 años)
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Macao (85,65 años)
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Japón (85,08 años)
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Liechtenstein (84,92 años)
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Suiza (84,52 años)
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Singapur (84,39 años)
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Italia (84,35 años)
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Corea del Sur (84,26 años)
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España (84,19 años)
Aunque algunos países de Sudamérica, como Chile, presentan cifras alentadoras, persisten desafíos importantes en la región. La brecha en la esperanza de vida entre países refleja desigualdades en el acceso a la salud, la inestabilidad económica y la falta de inversión en educación y prevención. Estos factores limitan las posibilidades de que más personas alcancen una longevidad óptima.
Chile se mantiene como líder en esperanza de vida en Sudamérica, pero el reto para toda la región es continuar mejorando la calidad de vida y el acceso a servicios esenciales. Solo así se podrá reducir la brecha y garantizar que más ciudadanos disfruten de una vida larga y saludable.